La última primavera la viví en Sicilia recorriendo playas, acantilados y ruinas griegas. Tres meses de esparcimiento financiado por la Unión Europea. Caminé mucho la pasada primavera, sempre in giro, decíamos. No recuerdo un solo día de descanso. Llegamos a Palermo casi anocheciendo y Palermo es una ciudad azul donde las farolas no iluminan casi nada. Dicen que es una de las ciudades más bellas del mundo y en cualquier caso es uno de los caos más bellos que he visto. Aún así es una ciudad destrozada y la mayoría de la gente que ves por la calle también lo está.
El segundo día en Palermo, otra vez casi anocheciendo, nos perdimos en un barrio lejos del centro. Es decir, la ciudad de verdad, sin ningún tipo de magia. En una calle moderna sin ninguna singularidad, como podría ser cualquier calle de cualquier ciudad (edificios uno al lado del otro) una mujer gritaba: era Giovedi. Domani è Giovedi e dire che oggi ho del lavoro y mezclaba el italiano con otra cosa que no sabíamos lo que era. Tampoco era dialecto. La mujer no desentonaba con el ambiente, los edificios descuidados, las calles rotas, y un poco de lluvia y algo de frío.
Al día siguiente me levanté temprano para ir a un mercadillo y me compré un libro de Pirandello prologado por Leonardo Sciacia y como no tenía mucho dinero y la semana antes había comprado tres o cuatro vinilos en Catania, dejé pasar la oportunidad de hacerme con un disco de Gerry Mulligan que tenía una pinta perfecta y con el que todavía sueño muchas veces. Sueño con la plaza donde no lo compré y con el sol de esa mañana estupenda.
Durante el resto del viaje, subiendo a un acantilado en Panarea, por ejemplo, le preguntaba a uno de mis compañeros, medio en broma medio en serio, si recordaba lo que había dicho la mujer en Palermo y el me decía "espera un momento, qué era, ¡ah! ya recuerdo: hoy es jueves, mañana es jueves, dicen que hoy tengo trabajo".
No era el jueves.
Mañana es jueves
y dicen que
hoy tengo trabajo.
Las paredes
están tan sucias
y las calles
gastadas.
No era el
jueves. Mañana es jueves.
¿Alguien tiene
un mechero?
El mío no se
enciende
por mucho
que le dé.
Entonces
ella vivía en la calle.
¿Pero en qué
idioma hablaba?
No era
dialecto.
Es algo que
pasa mucho con el italiano:
se posa como
una araña sobre la consciencia.
El niño era
fresco como una pera.
¿Nadie puede
ayudarme?
La gente me
quiere y han sido
delicados
conmigo
pero tuve
que escapar porque
intentaron
quemarme viva.
La gente era
muy buena,
pero también
se portaron muy mal.
Me regalaron
una lavadora –
querían
acabar conmigo-,
la casa la
dejé perfectamente amueblada.
Mi casa
devastada
casi
iluminada ligeramente
por una
farola fundida.
No sé cómo podíamos
vivir.
Los vecinos
eran muy buenos,
pero algunos
eran muy malos.
Decía: ¿alguien
tiene un mechero?
¿Nadie
quiere ayudarme?
¡Un poco de conmiseración humana!
Su mano como
un incensario.
Tuvimos que
pararnos
para
entender lo que decía.
Solo
escuchábamos algunas palabras sueltas
en perfecto
italiano
mezcladas
con otra cosa distinta
que no
sabíamos lo que era.
A esta
ciudad no le gusta la luz.
las paredes
están gastadas
las calles,
sucias,
la gente,
destrozada.
Yo entiendo,
me repiten:
¿Alguien no me
va a dejar un mechero?
Un mechero
para quemarle la cabeza.
Palermo. 2013
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