lunes, 28 de octubre de 2013

Palermo 2013.



La última primavera la viví en Sicilia recorriendo playas, acantilados y ruinas griegas. Tres meses de esparcimiento financiado por la Unión Europea. Caminé mucho la pasada primavera, sempre in giro, decíamos. No recuerdo un solo día de descanso. Llegamos a Palermo casi anocheciendo y Palermo es una ciudad azul donde las farolas no iluminan casi nada. Dicen que es una de las ciudades más bellas del mundo y en cualquier caso es uno de los caos más bellos que he visto. Aún así es una ciudad destrozada y la mayoría de la gente que ves por la calle también lo está.

El segundo día en Palermo, otra vez casi anocheciendo, nos perdimos en un barrio lejos del centro. Es decir, la ciudad de verdad, sin ningún tipo de magia. En una calle moderna sin ninguna singularidad, como podría ser cualquier calle de cualquier ciudad (edificios uno al lado del otro) una mujer gritaba: era Giovedi. Domani è Giovedi e dire che oggi ho del lavoro y mezclaba el italiano con otra cosa que no sabíamos lo que era. Tampoco era dialecto. La mujer no desentonaba con el ambiente, los edificios descuidados, las calles rotas, y un poco de lluvia y algo de frío.

Al día siguiente me levanté temprano para ir a un mercadillo y me compré un libro de Pirandello prologado por Leonardo Sciacia y como no tenía mucho dinero y la semana antes había comprado tres o cuatro vinilos en Catania, dejé pasar la oportunidad de hacerme con un disco de Gerry Mulligan que tenía una pinta perfecta y con el que todavía sueño muchas veces. Sueño con la plaza donde no lo compré y con el sol de esa mañana estupenda.

Durante el resto del viaje, subiendo a un acantilado en Panarea, por ejemplo, le preguntaba a uno de mis compañeros, medio en broma medio en serio, si recordaba lo que había dicho la mujer en Palermo y el me decía "espera un momento, qué era, ¡ah! ya recuerdo: hoy es jueves, mañana es jueves, dicen que hoy tengo trabajo".


No era el jueves. Mañana es jueves
y dicen que hoy tengo trabajo.
Las paredes están tan sucias
y las calles gastadas.
No era el jueves. Mañana es jueves.
¿Alguien tiene un mechero?
El mío no se enciende
por mucho que le dé.
Entonces ella vivía en la calle.
¿Pero en qué idioma hablaba?
No era dialecto.
Es algo que pasa mucho con el italiano:
se posa como una araña sobre la consciencia.
El niño era fresco como una pera.
¿Nadie puede ayudarme?
La gente me quiere y han sido
delicados conmigo
pero tuve que escapar porque
intentaron quemarme viva.
La gente era muy buena,
pero también se portaron muy mal.
Me regalaron una lavadora –
querían acabar conmigo-,
la casa la dejé perfectamente amueblada.
Mi casa devastada
casi iluminada ligeramente
por una farola fundida.
No sé cómo podíamos vivir.
Los vecinos eran muy buenos,
pero algunos eran muy malos.
Decía: ¿alguien tiene un mechero?
¿Nadie quiere ayudarme?
¡Un poco de conmiseración humana!
Su mano como un incensario.
Tuvimos que pararnos
para entender lo que decía.
Solo escuchábamos algunas palabras sueltas
en perfecto italiano
mezcladas con otra cosa distinta
que no sabíamos lo que era.
A esta ciudad no le gusta la luz.
las paredes están gastadas
las calles, sucias,
la gente, destrozada.
Yo entiendo, me repiten:
¿Alguien no me va a dejar un mechero?
Un mechero para quemarle la cabeza.


Palermo. 2013



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